Percepción social de la inseguridad
alimenticia
Social
perception of food insecurity
Cesar Loo
Gil
https://orcid.org/0000-0001-8396-5972
RESUMEN
Este artículo analiza la percepción social de la
seguridad alimentaria. Se
pretende contribuir a una mejor comprensión de los significados de la
seguridad alimentaria, específicamente sobre: riesgos en la alimentación
habitual de las familias de bajos ingresos; cambios a largo plazo de su dieta y
del contexto; así como de sus esfuerzos para proteger e inclusive mejorar la
alimentación familiar. En el medio urbano, esas mujeres perciben riesgos
principalmente en la calidad de los alimentos (food safety), mientras
que en el medio rural los advierten tanto en el acceso a los alimentos (food
security) como en la baja calidad de los mismos. Descubrimos dos rasgos
nuevos de la percepción de la seguridad alimentaria: el tiempo disponible del
ama de casa urbana para cocinar y la continuidad en el campo de una cultura
étnica con saberes y habilidades femeninas valiosas. Aún falta mucho por
hacer para alcanzar los diferentes tipos de seguridad alimentaria, así como
para contar con una democracia alimentaria plena, al igual que una evolución
aceptable en el aspecto nutricional.
Palabras clave: Seguridad,
Alimentación, Democracia alimentaria, Significado
ABSTRACT
This article analyzes the social perception of food
security. It aims to contribute to a better understanding of the meanings of
food security, specifically about: risks in the usual
diet of low-income families; long-term changes in their diet and context; as
well as their efforts to protect and even improve family nutrition. In urban
areas, these women perceive risks mainly in food quality (food safety), while
in rural areas they perceive risks in both food access (food security) and low
food quality. We discovered two new features of the perception of food
security: the time available for the urban housewife to cook and the continuity
in the countryside of an ethnic culture with valuable female knowledge and
skills. There is still a long way to go to achieve the different types of food
security, as well as full food democracy and an acceptable evolution in the
nutritional aspect.
Keywords: Security, Safety, Food, Food Democracy, Meaning
1.
INTRODUCCION
La propuesta que hago aquí es estudiar la percepción
social de la seguridad y el riesgo alimenticio entre familias de bajos ingresos. Ello
exige privilegiar el papel simbólico de los alimentos, por sobre su rol de
aporte de nutrientes y de bienes económicos. Eso corresponde a un as- pecto
crucial que se ha soslayado en los años recientes: la percepción ordinaria
que los pueblos tienen sobre la seguridad y el riesgo en torno a su
alimentación cotidiana. Esta percepción social se inserta en el marco de las
culturas populares, cuyas características e implicaciones suelen marginarse
por los centros de investigación y los organismos internacio- nales y
nacionales con políticas en ese terreno.
Aunque el tema de la seguridad
alimentaria ha venido recibiendo una creciente atención en los espacios de la
opinión pública, los estudios académicos y de las organizaciones sociales,
su tratamiento se ha reducido a encuadres muy universalistas y orientados al
lado de la producción y abasto. Pero de cualquier modo, en el concepto de
seguridad alimentaria se ubican un sentido cuantitativo y otro cualitativo.
Para decirlo en los términos con que se nombra este tema en el idioma inglés
(Esparza, 2002): con “food security” se alude la dimensión cuantitativa del
acceso a los alimentos en general, mientras que “food safety” se usa para
aspectos de calidad, como la inocuidad. En los círculos oficiales, de acuerdo
a lo señalado por diversos autores, ha prevalecido en la materia un énfasis
hacia los aspectos cuantitativos, utilizando parámetros objetivistas, productivistas
y mercantilistas, aunque recientemente la Cumbre Mun- dial de Alimentos del
2002 incorporó la necesidad de asegurar la inocuidad y el respeto a las
preferencias locales de consumo. Un ejemplo de la vi- sión más convencional
de la seguridad alimentaria –referido a la “food security”– lo constituye los
estudios que miden niveles de satisfacción de estándares nacionales de
consumo, sean éstos promedios calórico- proteicos o el acceso a determinado
conjunto de bienes de consumo po- pular (canastas básicas). Así, se analiza
(Sampaio y Cardoso, 2002) com- parativamente el consumo de alimentos entre
América Latina y la Unión Europea considerando la disponibilidad y consumo de
ciertos montos de calorías diarias por habitante (considerando, por ejemplo,
tres estratos: bajo < 2,400 cal., intermedio >2,400<2,800 y elevado
<2,800). Esta ma- nera de entender la seguridad alimentaria tiene una
relación más o me- nos directa con la nutrición, pues a ésta compete la
dimensión de consu- mo alimenticio en términos de cantidades de calorías y
de proteínas (y su relación con la satisfacción de las necesidades
fisiológicas) y el análisis consecuente de los problemas del hambre y la
sobrealimentación. Otra asociación entre nutrición y seguridad alimentaria
se establece –en el ámbito del término “food safety”– al entender a la
segunda como la ga- rantía de la calidad sanitaria y nutricional de los
alimentos, lo que corresponde, por el lado del riesgo, a los problemas de baja
calidad nutricional y de contaminación de los alimentos consumidos por la po-
blación. Sin demérito de lo anterior, es conveniente incorporar las visio-
nes ordinarias de las poblaciones, las cuales se enmarcan en el terreno de las
subjetividades colectivas. Sobre este aspecto es donde resulta relevante el
enfoque socio-antropológico de la alimentación, es decir, el estudio cultural
del comer. Mi propuesta se sitúa del lado de los consumidores, y
particularmente, aquellos que tienen bajos ingresos, que constituyen la enorme
mayoría de la sociedad en nuestro país y en el mundo subdesarrollado.
Comparto el señalamiento (Esparza, 2002) de que el análisis de la seguridad
alimentaria desde la perspectiva del consumidor comien- za con un
cuestionamiento de las motivaciones de consumo de las perso- nas y del manejo
del deseo de éstas, lo que sin duda, se sitúa en el espacio simbólico donde
ocurre el fenómeno alimentario.
Trataré de definir en los
siguientes términos el concepto de percep- ción social que usaré en el
presente artículo. El término percepción es usado en el mundo
hispanoamericano tanto para señalar la representa- ción mental de lo captado
por los sentidos, como para indicar ideas, co- nocimientos y sensaciones
internas. En cuanto a México, el percibir tiene una acepción sensorial, pero
también puede tratarse del darse cuenta de algo (como percibir un peligro).
Considerando ambos usos, me pa rece que para abordar el tema de la seguridad
alimentaria podemos definir al concepto de percepción social como la
representación mental de lo captado por los sentidos en la cotidianidad de un
grupo social. La dimensión alimenticia entra de manera primordial a la
conciencia individual por los sentidos, particularmente por el gusto, aunque
también por el olfato, la vista y el tacto. Estas sensaciones se cotejan, vía
la memoria, con el arsenal de recuerdos agradables y desagradables que hemos
acu- mulado en nuestra experiencia de vida, y a la vez, ellas son
reinterpretadas por los saberes, codificaciones y valores relativos a este
espacio personal de la existencia. Ahora bien, podemos hablar de una
percepción social toda vez que la sensualidad, la emotividad y el conocimiento
no quedan confinados en el individuo, sino que se establecen afinidades y
divergen- cias a nivel familiar, étnico, territorial, etc., surgiendo
tipicidades claramente observables tanto a nivel de la sensibilidad como del
discurso social, evidenciando a la comida como un hecho cultural de múltiples
sig- nificaciones. De este modo, al indagar sobre la percepción social no se
trata de verificar la apropiación popular de los aspectos científicos de la
ingestión de alimentos, trátese de la calidad o cantidad de ésta. El objeto
de conocimiento en el estudio de esa percepción social son las nociones
populares, las creencias, expectativas, estereotipos, temores y fervores de los
consumidores de alimentos, pensando en ellos en términos de plura- lidad,
divergencia y aun de oposiciones. Esta percepción social se conecta con la doxa,
ámbito del sentido común, en la cual el discurso social no es producido por
los especialistas modernos del campo alimentario (agrónomos, médicos,
economistas, empresas agropecuarias y agroindustriales, y cadenas de
autoservicio, entre otros), sino por los especialistas tradicionales del campo
alimentario, las amas de casa, quienes son una capa clave de los consumidores,
en el caso de México y aún entre muchos países del tercer mundo; ellas
siguen siendo las responsables únicas o principales de comprar y preparar los
alimentos de los núcleos domésticos.
A continuación mencionaré una
de las consecuencias negativas del desconocimiento de los procesos culturales
colectivos en el tema alimentario. Una de las estudiosas contemporáneas en
este problema (Carrasco, 1992), ha argumentado que las políticas de
intervención nutricional deberían de superar las dicotomías entre tradición
y moder- nidad que, igual en países ricos como pobres, atribuyen sus
prácticas de consumo negativas tanto a la persistencia de tradiciones como a
los cam- bios modernizadores. Desde su perspectiva, tanto la educación
nutricional como la ayuda material alimenticia, deberían de ser complementadas
con una adecuada animación sociocultural, la cual debería de incluir las mo tivaciones
colectivas del cambio y la continuidad en las prácticas alimentarias.
En la
alimentación cotidiana se manifiesta un abanico de expresiones de rechazo,
recelo y apego en torno a los diversos productos alimenticios. Frente a ello,
mi objetivo en el presente artículo, es efectuar una explora- ción
cualitativa del universo de los diversos significados que pudieran existir en
el ámbito popular en torno a las actitudes y prácticas de consu- mo
alimentario familiar.
2.
METODOLOGÍA
La metodología utilizada
consta de búsqueda de información de paper, revistas, análisis de
aplicaciones actuales y páginas web especializadas para entender su
funcionamiento, el nivel de desarrollo obtenido en la actualidad y cuáles son
sus principales aplicaciones. Además, se emplean análisis de modelos
estratégicos acordes para analizar el atractivo de las industrias en la
adopción de la tecnología y así determinar a través de modelos de análisis
de negocio cuáles son las industrias en que tendrá mayor incidencia.
La búsqueda de la información
para la revisión de literatura se hizo consultando las siguientes bases de
datos como son Proquest, Scopus y Google Scholar para encontrar revistas del
más alto nivel científico. Asimismo, cabe mencionar que para la realización
de lo mencionado se emplearon también palabras clave como como Computación en
la nube, Contrato de servicios, Privacidad, ser humano.
Cada uno de estos descriptores se combinaron entre sí durante la búsqueda utilizando los operadores boléanos “and” y “or”. Además, algunos de los criterios o filtros que se utilizaron para hacer muchos más específica la búsqueda y ser más precisos con los documentos encontrados en las diferentes bases de datos consultadas fueron: que sean artículos de revistas, y la antigüedad de la publicación que no sea mayor a 5 años.
Toda la información previa relacionada a los filtros aplicados y las especificaciones sirvieron como criterios de inclusión, es decir que sean artículos publicados en revistas científicas, que no excedan los cinco años de antigüedad, que la temática guarde relación con las variables de creatividad artística y tiempos de pandemia. Se excluyeron, en tanto, todos los documentos que no respetaran lo postulado así como aquellos que estaban incompletos o que tenían enlaces averiados.
3.
RESULTADOS Y DISCUSION
Cuestiones teórico-metodológicas
Antes de
entrar a discutir el problema en sus dimensiones empíricas, conviene
explicitar la metodología empleada y repasar algunos plantea- mientos
conceptuales relevantes en la literatura de las ciencias sociales y humanas. En
este ámbito, he localizado diversas formulaciones teóricas que indirectamente
se relacionan con la seguridad alimentaria, y que se refieren a la
clasificación cultural de los alimentos, una cuestión más amplia donde
considero que tiene asidero la primer cuestión. En este tema no existe un
consenso, aunque sí algunos puntos convergentes y aún concordantes. Se
advierte de inmediato un abanico de posiciones que se extiende desde la
posición más optimista (Wenkam), hasta la más es- céptica (Giard), en
cuanto a las capacidades humanas de discriminar los alimentos según su grado
de riesgo para los propios seres humanos.
Comencemos por Wenkam (1969), quien incorpora un concepto muy novedoso con relación a la discusión internacional sobre seguridad alimentaria: se trata de la disponibilidad cultural o concepto que cada cultura tiene sobre la aceptabilidad de los alimentos. Este autor plantea que, con fundamento o sin él, cada grupo humano clasifica a los produc- tos alimenticios en tres categorías: “comestibles”, “dañinos” e “inacepta- bles”. Asimismo, Wenkam señala que es más frecuente que estas distin- ciones cuenten con bases subjetivas, que varíen de una región geográfica a otra y que son susceptibles al cambio con el paso del tiempo; aunque también advierte que esa clasificación, en algunos casos, se basa en crite- rios universales, posiblemente objetivos. Estamos, pues, ante una posi- ción típica de relativismo cultural, el cual ha sido muy influyente en la antropología social. A mi juicio, resulta necesario discutir la plausibili- dad de este esquema de clasificación cultural en el estudio de la percep- ción popular u ordinaria sobre la seguridad alimentaria, puesto que, de una manera u otra, permite visualizar la delimitación de fronteras en torno a lo que cada grupo humano considera como alimento propiamente dicho.
En un sentido opuesto a Wenkam
se manifiesta Luce Giard (en: Certeau, 1999), quien hace un rechazo tajante de
la sabiduría innata en la elección individual de alimentos. Para esta autora,
la composición de un régimen alimentario debe conciliar múltiples y sutiles
exigencias nutricionales, mismas que, en el pasado, las sociedades
tradicionales no resolvieron plenamente debido al subconsumo, como en el
presente tampoco lo han logrado las sociedades modernizadas con su sobreconsumo
alimenticio. Giard (Certeau, 1999: 171) agrega que en cualquier medio social
que uno encueste, se genera de inmediato “un fabuloso repertorio de sande-
ces”, el cual aglutina indistintamente “secretos de nodriza, prejuicios sin
fundamento, informaciones vagas”, situación cognitiva que finalmente tiene su
ancla en la “ausencia de regulación interna de comportamientos alimentarios
del hombre”. Respecto a la postura de Giard, encontramos al final que
implícitamente acepta la clasificación cultural de los alimen- tos –aunque
sobre bases totalmente subjetivas–, sobre todo considerando que para Giard
(Certeau, 1999: 172) la comida se somete finalmente a un “sistema de
diferencias significativas, coherente mediante sus faltas de lógica”.
Otra postura
de tipo crítico sobre la percepción popular del riesgo y la seguridad
correponde a Jesús Contreras (1993). Según éste, “es la cultu- ra la que
crea, entre los seres humanos, el sistema de comunicación que dictamina sobre
lo comestible y lo no comestible, sobre lo tóxico o sobre la saciedad. Cada
sociedad dispone de unas reglas al respecto, general- mente no escritas”
(Contreras, 1993: 14). Para ese autor, tales criterios sobre la conveniencia de
los alimentos pueden reflejar tanto necesidades racionales como un
etnocentrismo difícil de justificar. En última instan- cia, Contreras cree
que el hombre sí dispone de “mecanismos para la regulación de la
alimentación, una especie de sabiduría del cuerpo”, misma que entró en
crisis a la par del aumento de ingresos y de las dispo- nibilidades reales en
los países desarrollados, junto con las presiones culturales para consumir
más y particularmente, de los alimentos grasos. Resultan interesantes estos
planteamientos de Contreras, ya que coinci- den parcialmente con lo sostenido
por Wenkam y Bourges en cuanto a la existencia de una “sabiduría popular”,
además de retomar lo descubierto por Claude Fischler en torno a los trastornos
culturales que padece la alimentación en las sociedades más modernas.
Con un
enfoque sociobiológico, Fischler (1995) estudió críticamente las formas
inapropiadas (o malsanas) de comer en las sociedades moder- nas. Él acuñó el
multicitado concepto de gastro-anomie, por el cual se establece que los
individuos contemporáneos carecen de sugestiones socioculturales claras de lo que deberían ser sus
preferencias alimentarias (cuándo, cómo y qué tanto deberían comer). Así,
la selección y el consu- mo de alimentos se están convirtiendo de modo
creciente en asuntos per- sonales y no sociales, librándose también de
restricciones ecológicas o estacionales. En este sentido, en la alimentación
contemporánea, las redes de familiares y no familiares tienen cada vez menos
intervención y, por lo tanto, los individuos se hallan cada vez con menos
apoyo de esas redes sociales en tan crucial requerimiento de su vida diaria.
Entonces ocurre que, los seres humanos, fundamentalmente (h)omnívoros, al
care- cer de criterios dignos de confianza para tomar tales decisiones, experi-
mentan un sentido creciente de ansiedad alimentaria –de aquí se com- prende el
vínculo establecido por Fischler con la anomia. Finalmente, cabe anotar que
resulta indudable que, lo planteado por Fischler respecto a la aceptabilidad
cultural de los alimentos, ha influido en distintos estu- diosos del tema,
aunque su atención se dirige casi exclusivamente al com- portamiento
alimentario en los países desarrollados.
Finalmente,
en Bourges (1990) se observa una postura más optimista que la de Wenkam y
coincidente con Contreras en cuanto a la existencia de una sabiduría popular,
aunque con cierta cautela. Él reparó en el dete- rioro del poder adquisitivo
alimentario que causó la crisis de los años ochenta del siglo XX entre las
familias de bajos ingresos en la ciudad de México. Bourges (1990: 27) observó
que las familias sustituyeron ciertos productos por otros de composición
similar o parecida, pero menos costosos y de menor “prestigio social” [...].
Estos cambios permiten, en principio, man- tener el aporte nutrimental de la
dieta con un presupuesto menor.
Al respecto,
Bourges considera a estos cambios como “indicadores de la existencia de una
‘sabiduría’ en las respuestas sociales”, aunque luego advierte que no procede
confiarse en ella, porque, además de no ser siem- pre acertada, restringe la
variedad de la dieta (Bourges, 1990: 27-28). Entre los cambios desafortunados
en la dieta de las familias mexicanas en los años ochenta, Bourges señala el
uso del café o té en vez de leche, la pasta de trigo en lugar del pescado y
mermeladas a cambio de frutas.
Me parece
interesante la observación de Bourges sobre la capacidad de las familias para
lograr con menos ingreso, un nivel nutricional seme- jante al que había antes
del impacto de la crisis económica, pero me resulta difícil aceptar la idea
de una “sabiduría” popular. Ante esto, me pregunto si más que “instinto” o
“sabiduría”, lo que rige el proceso de sustitución de los alimentos es el
sistema clasificatorio de los bienes ali- menticios que la población ha
heredado y reproducido culturalmente. Un sistema que, soportado en símbolos,
valores y representaciones, se actua- liza continuamente en cada cambio del
contexto económico, particular- mente en las coyunturas críticas, a las
cuales se deben dar respuestas inmediatas, aunque no siempre apropiadas.
Como parte
de la herencia colonial española, en México existe una clasificación
alimenticia de carácter popular y tradicional referida a cua- lidades
térmicas. Desde la época colonial, la medicina hispánica introdu- jo la
teoría griega de los estados de las cosas (sequía, humedad, frío y calor),
que logró un gran influjo en el pensamiento aborigen (Aguirre Beltrán, 1963:
262). Conforme a esta clasificación, las plantas tenían distintas
temperaturas, lo que debía tomarse muy en cuenta para su con- sumo durante las
etapas de enfermedad o atención especial de la salud.
A su vez, un
clásico de la antropología (Douglas, 1973) contribuyó a la mejor
comprensión de las ideas occidentales contemporáneas acerca de lo sucio,
dominadas casi por completo por el contexto de lo patógeno. Ese texto es muy
sugerente y permite entrever la posibilidad de que iden- tifiquemos las
clasificaciones que de modo social se construyen sobre la comestibilidad de los
alimentos, las que generalmente permanecen invi- sibles a nuestra mirada porque
las tomamos como algo evidente, lógico, natural, dado, etc., y no como
sistemas que por convención cultural he- mos construido y modificado
colectivamente.
Al respecto,
también me parece conveniente preguntar por el modo en que los estratos
populares pueden pensar y hacer distintas operaciones de reemplazo,
combinación o adaptación, ante coyunturas críticas en el campo del abasto y
la alimentación; considerando en ello no sólo las fronteras entre lo
comestible, dañino e inaceptable, sino entre la saciedad y el hambre y otros
esquemas de clasificación aplicados en la vida cotidiana y de modo ordinario.
Mi personal
aproximación al tema de la seguridad y riesgo alimentario dentro de la cultura
popular en nuestro país se ha basado en procedi- mientos metodológicos que a
continuación refiero con brevedad. Creo que debemos reconocer que la elección
de una técnica de investigación debe ser lo más apropiada posible a los
objetivos de conocimiento de cada investigación (Galindo Cáceres, 1998, pp.
24-25). Por ejemplo, si los propósitos son de interacción, la investigación
participativa, el socioanálisis y la investigación-acción son las técnicas
indicadas; si pre- tendemos la representación, entonces resulta preferible la
encuesta, la cartografía, el análisis de contenido y la heurística; y si
nuestro interés se centra en la reflexividad social, entonces lo idóneo son
varias técnicas que atienden la relación sujeto/objeto en forma recíproca,
este es el caso de: la etnografía, la entrevista a profundidad, la historia
oral, el análisis del discurso y los grupos de discusión. En mi caso,
considero que la técnica de grupo de discusión (llamada también “grupo de
enfoque” por los estudiosos estadounidenses) se encuentra a medio camino de la
en- cuesta y la investigación-acción, posibilitando una mejor ubicación de
los porqués en los comportamientos sociales, así como una mejor intelección
de la producción y reinterpretación de los discursos sociales. Esta técnica
es propicia para la reflexividad ordinaria. Las sesiones de grupo reproducen
elementos del discurso social, o mejor dicho, al nivel del habla en que se
interactúa allí, los participantes producen un rico flujo de información
social en la forma de discurso. La conversación que se pro- duce en la sesión
grupal es el medio por el cual los participantes exponen entre sí, sus
representaciones de la realidad, configurándose así un cam- po de sentido(s),
un campo semántico. Esta producción metódica del dis- curso, este flujo
conversacional inducido, tiene una enorme utilidad para el quehacer
antropológico y sociológico, oficios científicos que han enfatizado las
técnicas “duras” y convencionales como la etnografía y la encuesta. Es por
todo lo anterior que elegí a esta técnica de investiga- ción: para estudiar
la percepción de las familias de bajos ingresos en torno a la seguridad y el
riesgo alimenticios, cuestión que está más involucrada con el papel
simbólico de los alimentos que con su función biológica de nutrientes.
Ahora bien,
también es sabido que una buena aplicación de esta técni- ca exige cuidar la
integración de los grupos: esto es, que se incorporen a ellos personas con
rasgos sociales afines, como la edad, el nivel de ingre- sos y la ocupación.
Estos son factores que he tratado de atender en mi trabajo sobre la percepción
social de la seguridad alimentaria. Los datos que utilizo en el presente
artículo, corresponden a dos grupos de discu- sión o enfoque, los cuales se
organizaron en la ciudad de Cuernavaca, Morelos, México, entre 10 mujeres de
origen rural principalmente, la mayoría con edades entre cuarenta y cincuenta
años, con ocupación de ama de casa la cual combinan con el comercio informal
y un bajo nivel de ingresos, y que principalmente proceden de los estados de la
Repúbli- ca más próximos (Puebla, Guerrero y Edo. de México). Las sedes de
ambas sesiones fueron las colonias populares de Villa Santiago (junto al pueblo
de Ahuatepec) y en La Lagunilla (próxima al centro histórico). Para congregar
al primer grupo, mi apoyo durante el “reclutamiento” fue una terapeuta
tradicional con la cual todas tenían alguna relación de amistad, de vecindad
y una experiencia común de participación en las llamadas CEBs (comunidades
eclesiales de base), desde los años seten- tas; pero ni el grupo ni esa
terapeuta tenía conmigo un vínculo previo. En el segundo caso, el recurso
empleado por mí fue el invitar personalmente a una reunión a las esposas de
vecinos y amigos míos en la zona suburba- na donde viví cerca de siete años (entre
1993 y 2002), señoras que tam- poco tenían conmigo un trato cotidiano. Las
sesiones transcurrieron en un ambiente de mucha confianza y sólo hubo una
sesión por cada grupo. En ambas ocasiones, no elaboraré previamente “frases
detonadoras” como lo recomiendan algunos autores (Chávez, 2001). Mi
experiencia con es- tas sesiones y otras que he realizado con el mismo tema, me
indican que resulta difícil escapar a la dinámica habitual de las entrevistas
grupales, donde el investigador realiza preguntas y se dirige a los asistentes
en lo individual.
Con ambos
grupos procedí a grabar las sesiones en cintas de audio con la anuencia de las
participantes y luego efectuar personalmente la trans- cripción de todo el
material, anotando también silencios, ritmos y tonos de voz. Posteriormente,
desmenucé los componentes principales de los textos transcritos, que son las
frases u oraciones referidas a los diversos aspectos de la seguridad y el
riesgo alimentarios. Estos componentes son, a la vez, los elementos más
simples del análisis e interpretación que se efectúa con los datos derivados
de la técnica de grupos de discusión. Dicho material fue analizado en tres
niveles: individual, cada grupo y sendos grupos, lo que nos va indicando
algunas correlaciones entre cier- tas formas de percepción de la seguridad y
las características sociales y experiencias de vida de las personas
informantes.
Resulta
provechoso añadir aquí algunas reflexiones sobre el perfil de las mujeres
participantes en las sesiones de grupo y los textos producidos en éstas. Una
primera cuestión que resalta es el hecho de que la mayoría de estas mujeres
ha migrado a la ciudad de Cuernavaca, después de pasar su infancia, y en
algunos casos hasta la juventud, en sus lugares de origen, lo cual posibilita
que ellas realicen cotejos en las costumbres y prácticas alimentarias de ambos
espacios geográficos. Otro hecho impor- tante es el que las informantes se
hallen en una etapa de su vida en la cual han vivido un buen tiempo como responsables
de las actividades de coci- na en sus familias y en otros hogares distintos a
los de ellas (por el traba- jo doméstico asalariado); esta experiencia les
permite una mayor infor- mación y reflexividad sobre la alimentación. Un
tercer punto es que, mientras el grupo de mujeres con experiencia en
participación en las CEBs se apoyaba en este antecedente, para hacer
valoraciones críticas sobre la comida “chatarra”, en el otro grupo de mujeres
–donde algunas eran vendedoras ambulantes de alimentos– se advertía una
asociación explícita entre sus conocimientos del oficio y las percepciones de
riesgo y seguridad que tenían frente a determinados alimentos, que en forma
fre- cuente o eventual, consumen sus familias. En términos generales, se podría
aseverar que en el discurso generado por las informantes se detecta que las
fronteras percibidas entre lo seguro y lo riesgoso en torno a los alimentos se
basa en los hábitos y creencias apropiadas desde la sociali- zación primaria
(hasta cerca de los 12 años) y que en la edad adulta son modificados por las
experiencias migratorias, ocupacionales y organizativas.
Exploración
de la percepción popular en torno a seguridad y riesgo alimentario
Como
resultado tentativo del análisis efectuado, presento a continuación de modo
conciso, dos configuraciones posibles de los rasgos de la per- cepción popular
que esos dos grupos de mujeres mexicanas tienen sobre la seguridad y el riesgo
alimentarios. Ambas configuraciones pretenden ir de lo más próximo o
sensible, a lo más distante o intangible.
En un plano
inicial, los alimentos que consumen y conocen las muje- res de la muestra, ya
son materia de clasificación según el riesgo perci- bido en el consumo
familiar cotidiano. De inmediato se distinguen dos grupos básicos de
alimentos, según las valoraciones que se fueron ha- ciendo a lo largo de las
sesiones: el de los productos seguros y el de los riesgosos (véase el
siguiente cuadro):
Clasificación
de alimentos según el riesgo percibido en el consumo familiar
Seguros |
Riesgosos |
Maíz Frijol Arroz Haba Lentejas Garbanzo Frutas Verduras Aves de corral (pollo) Quesos naturales Cecina1 |
Carne de puerco Bisteces de res Pescado2
Mariscos2 Huevo3
(a los niños) Café2 |
1 Se llega a
considerar de riesgo, si no se compra con el debido cuidado y esmero.
2 En unos casos no se considera riesgoso, sobre todo cuando se acostumbró
desde pequeño.
3 En unos casos no se considera riesgoso, sobre todo si es producido
domésticamente o “de rancho”.
4.
CONCLUSIONES
En este
artículo se aborda la percepción social de la seguridad alimentaria entre
amas de casa de bajos ingresos del estado de Michoacán, habitantes de
localidades rurales e indígenas de la región purhépecha, así como de
colonias populares en la ciudad de Morelia. Con un enfoque socioantropológico,
se aplicó la técnica de grupos de discusión, con cuatro sesiones
definitivas; con base en ellas se ofrece aquí una visión amplia y comparada
del universo de representaciones generadas en el seno familiar en el esce-
nario de la seguridad alimentaria en México.
La decisión
de estudiar la percepción de la seguridad alimentaria entre familias
michoacanas de México ha sido fructífera en tanto que el análisis de grupos
de mujeres en distintos contextos –geográfico (rural y urbano) y étnico
(indígena y mestizo)– pero en análogas condiciones de pobreza, permite
establecer con provecho similitudes y diferencias en esta cuestión vital de su
existencia, todo ello según el marco teórico adoptado conforme a nuestro
objetivo y planteamiento del problema.
Considerando las cuatro
dimensiones de la seguridad alimentaria referi- das en el marco conceptual
(Rangel 2002), las mujeres urbanas y mestizas estudiadas perciben riesgos
alimentarios en un rango más reducido de tipos o formas. Así, las referencias
de los grupos de discusión se centraron en los problemas de calidad sanitaria
y nutricional de los alimentos, mencio nándose apenas la problemática de
acceso a los alimentos por ingresos insuficientes (se informa que ocurre
ocasionalmente). En contraste, las mujeres rurales e indígenas reportaron
peligros en tres aspectos (insuficiente producción y abasto, dificultad de
acceso a los víveres por insolvencia monetaria y fallas sanitarias y
nutricionales), al registrarse sólo un aspec- to con cierta fortaleza (acceso
a la base genética productiva), debido a la continuidad y resistencia de la
cultura purhépecha. Sin embargo, por la condición histórica y actual de la
pobreza, las familias indígenas encaran con mayor frecuencia y ciclicidad los
riesgos alimentarios.
En cuanto a
la calidad nutricional, las mujeres de ambos contextos étnicos y geográficos
comparten las dudas y la poca confianza en los comestibles expendidos por el
comercio local, especialmente si éstos son “enlatados”, golosinas o
instantáneos. Finalmente, es relevante el hecho de que, tanto entre unas como
otras, la percepción de riesgo alimentario se extiende sobre los productos
de la industria agroalimentaria, lo cual nos muestra que, en México,
existe población consumidora para la cual los cambios tecnológicos en el
sector alimentario no le son indiferentes, como se ha conceptualizado a nivel
universal con los consumidores pasivos o reflejo (y esto ocurre aun bajo condiciones de pobreza de ingresos).
En lo
relativo a la democracia alimentaria definida por Lang, tenemos una situación
análoga de carencia de información, organización del consumidor, elecciones
conscientes de compra y, en general, ejercicio de derechos del consumidor. La
diferencia estriba, tal vez, en que mientras en el medio urbano la falta de
democracia alimentaria se agrava por el clasismo con el que se actúa hacia las
familias pobres de la ciudad, en el campo el factor crítico es atribuible al
racismo de los comerciantes foráneos.
Los condicionamientos
socioculturales referidos por Contreras (el influjo de los usos no
nutricionales de los alimentos) intervienen con diferentes sentidos entre las
mujeres del campo y de la ciudad. Según la percepción de las mujeres urbanas,
su alimentación actual carga con desventajas cul- turales (artificiosidad,
simplificación, apremio), aunque simultáneamente advierten muchas
alternativas posibles para enfrentar tales desventajas y los riesgos
nutricionales, todas ellas en un marco de ingenio, prudencia, sentido común,
esfuerzo y amor filial. En el marco de la cultura rural e indígena, se
suscitan tanto vergüenza como enojo en relación con el acceso a alimentos
básicos y las preferencias de consumo modernas, como gusto y orgullo étnico
al comer lo que se cosecha y recolecta por propia mano. Incluso, existe
autoreconocimiento explícito del ingenio y de la identidad colectivos al
resolver el complejo asunto del sustento diario.
Desde el
punto de vista del proceso de transición alimentaria que Méxi- co
experimentó desde los años sesenta del siglo XX (Chávez), los sendos grupos
de mujeres urbanas se expresaron con pesimismo de las transfor- maciones
globales de la alimentación en una misma generación de amas de casa (de 1960
al 2000), en tanto que a las mujeres indígenas la seguridad alimentaria
familiar les ha parecido precaria por siempre (por la pobreza
transgeneracional), fluctuante a lo largo del año (según las estaciones del
año) y agravada por la emigración de los jóvenes (con remesas tardías para
el sustento de los viejos que se quedan).
Se observan
dos facetas no institucionales de la percepción de la segu- ridad
alimentaria: la del tiempo disponible del ama de casa para cocinar los
alimentos diarios (esto se manifestó sólo en la ciudad) y la existencia de
una sólida cultura étnica con saberes y habilidades de que
disponen las mujeres para sus responsabilidades domésticas (esto se encontró
mucho más en
el campo). Es claro que estas dos dimensiones corresponden a la esfera de lo
privado, pero que a la vez tienen un claro vínculo con la posición social y
con el legado cultural.
Finalmente,
cabe señalar que la seguridad alimentaria en la escala fami- liar es un
ámbito muy relevante para la intervención del Estado que procura el bienestar
común, así como de los grupos sociales (organizaciones de la sociedad civil)
y ciudadanía (incluyendo a los investigadores). Es cierto que aún falta mucho
por hacer para alcanzar los diferentes tipos de seguridad alimentaria definidos
por Rangel, así como una plena democracia alimen- taria, lo mismo que una
evolución de México en el campo nutricional y de salud. Pero para orientar
mejor las acciones en este campo, no son suficien- tes las encuestas
periódicas (nutricionales, de ingreso-gasto): deberíamos atender, también,
la percepción de la población sobre su situación. Y para ello pueden servir
enfoques como el usado en este artículo.
5.
RECOMENDACIONES
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July-August.